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El Peligro de las Constelaciones Familiares




Las constelaciones familiares son una técnica pseudoterapéutica desarrollada por Bert Hellinger, un exsacerdote alemán que, tras abandonar el ministerio católico, se sumergió en diversas corrientes de pensamiento esotérico y sincrético. Influenciado por el psicoanálisis, la fenomenología, el chamanismo y creencias orientales sobre las “energías” del clan familiar, Hellinger creó esta práctica a finales del siglo XX. Según su propuesta, los problemas personales —como la ansiedad, las enfermedades, las rupturas afectivas o las adicciones— no son únicamente fruto de la historia individual, sino que están determinados por unas supuestas “lealtades invisibles” hacia los miembros del sistema familiar, incluso de generaciones pasadas. Así, por ejemplo, si un bisabuelo fue rechazado, o un tío fue excluido o deshonrado, esa “desarmonía” quedaría grabada en el inconsciente colectivo de la familia y afectaría a los descendientes de forma inconsciente. La solución, según Hellinger, es “reordenar el sistema familiar” a través de representaciones teatrales: en una sesión grupal, personas desconocidas asumen roles de padres, abuelos o hermanos, y mediante frases rituales y movimientos simbólicos se pretende sanar las heridas del pasado y restaurar el equilibrio del sistema.


Este método ha ganado una popularidad notable, incluso entre católicos, por diversas razones. En primer lugar, porque apela a una necesidad profundamente humana: el deseo de comprender y sanar las heridas familiares, de reconciliarse con la historia y de encontrar sentido a los sufrimientos heredados. En segundo lugar, porque ofrece una experiencia intensa y emocionalmente catártica, donde se exploran sentimientos profundos, lo cual muchos confunden con una vivencia espiritual o incluso mística. Y en tercer lugar, porque utiliza un lenguaje aparentemente compatible con la fe cristiana: se habla de “orden”, de “reconciliación”, de “honrar a los padres”, de “sanar el linaje”... Todo esto suena familiar al oído de quien conoce la doctrina católica, pero en realidad encierra una visión antropológica y espiritual incompatible con la fe revelada.


El problema de fondo es que las constelaciones familiares parten de una antropología defectuosa, que sustituye o distorsiona la verdad cristiana. No se fundamentan en la libertad personal ni en la acción de la gracia, sino en un determinismo espiritual, donde las “energías” del sistema familiar condicionan la vida individual. No hay referencia al pecado original como raíz de todo desorden, ni se valora la responsabilidad moral individual ante Dios. En lugar de invitar al arrepentimiento personal, al perdón cristiano o a la sanación en Cristo, se propone una especie de ritual simbólico que pretende resolver conflictos mediante actos teatrales, evocando a los antepasados y pronunciando frases mágicas. Esto no solo es ineficaz, sino que en algunos casos puede acercarse peligrosamente a prácticas esotéricas o incluso ocultistas, disfrazadas de psicología.


La Iglesia ha advertido con claridad sobre los riesgos de estos métodos, recordando que pueden abrir puertas a influencias espirituales indebidas, generar confusión doctrinal y alejar a las personas de los sacramentos y de la auténtica conversión del corazón. No se sana el alma con frases dirigidas a un “bisabuelo que sufrió en la guerra”, sino con una vida nueva en Cristo, con humildad, con fe, con perdón y con una entrega sincera a la gracia de Dios.

La fe católica no necesita constelaciones familiares, porque ya posee la luz suficiente en la Revelación. Lo que verdaderamente sana el alma no es la “energía” del sistema familiar, sino la Sangre de Cristo derramada en la Cruz, que libera, restaura y da vida nueva. Quien desee sanar su historia familiar no necesita invocar a sus antepasados en una sesión grupal, sino confesar sus pecados, perdonar de corazón, y permitir que Cristo reine en su árbol genealógico y en toda su vida.


La sanación de las heridas familiares, como toda sanación verdadera, no es fruto de técnicas humanas, sino del amor misericordioso de Dios, que actúa en los sacramentos, en la oración, en la Palabra de Dios y en la vida comunitaria de la Iglesia. Quien verdaderamente desea ser libre, que no busque soluciones alternativas ni atajos engañosos, sino que abrace la verdad de Cristo, que es el único camino, la única verdad y la única vida.

 
 
 

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