CRECIMIENTO ESPIRITUAL
- Instituto de Psicología y Espiritualidad Católica
- Jun 6
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Sobre el aprecio y estima de las cosas espirituales
En el capítulo séptimo del libro de la Sabiduría, dice el sabio:
"La deseé, y me fue dada la inteligencia; la supliqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a los cetros y tronos, y en comparación con ella, consideré sin valor las riquezas. No la equiparé a piedra alguna preciosa, porque todo el oro es un poco de arena ante ella, y la plata, como lodo comparada con ella." (Sab 7, 7-9)
Esta verdadera sabiduría, en la cual debemos poner nuestros ojos, es la perfección espiritual, que consiste en unirnos a Dios por amor. Así lo enseña san Pablo:
"Y sobre todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección." (Col 3,14)
Por tanto, la estima que Salomón declara tener por la sabiduría es la misma que nosotros debemos tener por la perfección y por todo lo que nos conduce a ella. A su lado, todo lo demás ha de parecernos como arena, o aún como basura. Así lo dice también el Apóstol:
"Todo lo considero pérdida frente al sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo perdí todo, y lo tengo por basura, con tal de ganar a Cristo." (Flp 3,8)
Este aprecio profundo por lo espiritual es un medio fundamental para alcanzar la perfección. En la medida en que el corazón valora y estima las cosas de Dios, en esa misma proporción crece el aprovechamiento espiritual de la persona, de la comunidad religiosa, y de toda la Iglesia.
¿Por qué? Porque según la estima que tenemos de una cosa, así será el deseo de poseerla. La voluntad —potencia ciega— sigue lo que el entendimiento le presenta. Si el entendimiento pone mucho aprecio en algo, la voluntad lo desea intensamente.
Y como la voluntad es la reina del alma, la que mueve todas las potencias interiores y exteriores, según sea el deseo que ella tiene por una cosa, así será el empeño por buscarla, los medios que se empleen y el esfuerzo que se ponga en alcanzarla.
Por eso, es de suma importancia que tengamos una alta estima por las realidades espirituales y por todo lo que contribuya a nuestra santificación. De esa estima brotará un fuerte deseo, y de ese deseo nacerá una gran diligencia por procurar y alcanzar lo que verdaderamente nos une a Dios.
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